sábado, 17 de octubre de 2015

La mariposa colibrí


Normalmente, en educación las actividades no se improvisan, sino que forman parte de un proyecto más general y responden a objetivos concretos. Pero, a  veces, se dan situaciones que hay que aprovechar, porque la emoción y el entusiasmo que provocan ofrecen un potencial inusitado para el aprendizaje, y es preciso dejar a un lado la  programación y explotar lo más posible tal circunstancia. Es lo que sucedió el viernes pasado.
Mariposa colibrí

Al abrir la puerta para recibir a Jorge, se nos coló dentro una mariposa colibrí. Entre su madre y yo la capturamos, con cuidado de no dañarla y la colocamos en un tarro de cristal. No es una mariposa bonita ni que destaque especialmente por sus colores, pero más tarde, cuando  se la enseñé a los peques, el asombro que les causó fue indescriptible. Me rodearon y solo escuchaba decir, "a ver, a ver, yo quiero ver..." 
La mariposa, un poco aturdida, prisionera en su cárcel de cristal, se mantenía en el fondo del tarro, pero al agitarlo se activaba y revoloteaba en el interior, extendiendo las antenas y  la espiritrompa. Con su súbito movimiento, algunos niños se sobresaltaban y se echaban hacia atrás,  otros daban grititos de entusiasmo, estos la miraban fascinados, aquellos  pretendían tocarla y algunos más se miraban entre sí, temblorosos,  como queriendo trasmitirse entre ellos toda la emoción que en ese momento sentían.

¡Oh, vuela, qué emoción!
 Ante tanto interés decidí “ampliar”  la experiencia y saqué la lupa.  Les pregunté si sabían qué era y Leyre me arrancó unas sonrisas cuando me contestó  que una sartén, y después, que un espejo. Entonces les expliqué que la lupa sirve para ver las cosas pequeñas un poco más grandes. Abrí el tarro y la coloqué encima, a modo de tapadera, para que observasen la mariposa a través de ella. Uno a uno fueron pasando por el improvisado laboratorio. El silencio mientras observaban ponía de manifiesto la expectación que les suscitaba. Y como también querían manejar  ellos solos la lupa, con el consiguiente riesgo de retirarla de la boca del tarro y que se nos escapara la mariposa, lo que hice fue volver a taparlo y sacar otro tarro con los “bichos de reserva”. Que nadie se alarme, no tenemos un criadero de bichos, se trata de un par de grillos y dos mantis religiosa, que tengo medio disecados, esperando una ocasión como esta, para enseñárselos.  
Así se pasaron un buen rato, manejando la lupa, observando los insectos, con cuidado de no tirarlos, preguntando cómo se llaman, quien los cogió, porqué no se mueven…disfrutando de la experiencia, conociendo la naturaleza en la medida en que su mente puede procesar esta información y esta experiencia.
Y este, ¿porqué no se mueve?
Más tarde en el patio, Nachete me pidió la lupa para ver más bichos, lo que me indica que ya han comprendido la funcionalidad  del instrumento, y, sobre todo, lo que más me entusiasma, en mis peques ya se ha despertado un rudimentario espíritu científico-investigador.

Hoy de nuevo sacamos la lupa al patio, y los chiquillos buscaron insectos en el suelo y hormigas trepando por el tronco de los árboles,  observaron una pluma que encontraron debajo del pino y también un capullito del rosal. Iban de un lado para otro y con mucho entusiasmo aplicaban la lupa a cualquier cosa,  intentando descubrir vete tú a saber qué. Además, como solo tenemos una y la querían manejar todos, este hecho  sirvió para trabajar habilidades sociales como pedir por favor, dar las gracias, esperar el turno, conformarse, etc.



Insectos en el suelo

Hormigas trepando por el tronco




El capullito de una rosa


La pluma de una paloma

Alguien puede pensar que lo mejor que hubiéramos podido hacer era liberar la mariposa. Y sí que estuvo en mi mente esa posibilidad, pero decidí conservarla porque  con el frío que estaba haciendo, en el exterior no iba a durar mucho.

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