martes, 16 de febrero de 2016

Garabateando emociones

El pasado miércoles, miércoles de ceniza, con la retina de los peques aún poblada de payasos, hadas, animales y toda la retahíla de personajes carnavalescos, decidimos sacar unos cofres con elementos para disfrazarse y dejarlos en el suelo, delante del espejo, de forma que los niños pudieran manipularlos libremente. Algunas mamás nos habían comentado que los peques no habían querido disfrazarse, y no me extraña. (Si pincháis aquí encontraréis un articulo muy interesante que explica el porqué). Pero yo quería observar qué sucede si en lugar de medio-engañarles-obligarles a ponerse un disfraz que nos parece simpatiquísimo, pues simplemente les dejamos hacer.

Y así, para nuestra sorpresa, comenzaron a ponerse cosas, combinándolas como mejor les parecía, según sus propias ideas e intereses, aunque no tuvieran mucho sentido: un pollito con túnica de payaso, un parche de pirata con una capa de Caperucita, una peluca de payaso con unas alas de mariposa...


Un pollito con blusa de payaso...
...y un pirata con capa de Caperucita


Uno de los peques eligió un garfio y un catalejo de pirata y estuvo jugando con ello durante un buen rato, imaginando un mar de olas, un barco con “cuedas” (cuerdas), y unos cuantos piratas, y cantando la canción de Patapalo. 

Aquí el pirata Patapalo

Cuando se cansaron de mirarse y remirarse unos a otros, y de contemplarse en el espejo, pidieron bailar la canción del Carnaval (esa que os envié a los papás por whaspp), y la bailamos dos o tres veces. Luego, la actividad fue perdiendo interés y poco a poco se fueron quitando los atavíos carnavaleros y pasaron a jugar a otros rincones.

Al día siguiente la mañana comenzó de igual forma, con los cofres abiertos y los peques eligiendo libremente los elementos que más les entusiasman para jugar a ser Caperucita, El Pollo Pepe, un payaso, La castañera…, o vete tú a saber quién.

Pero sucedió que el chiquillo que había sido pirata el día anterior quiso volver a serlo ese día también y, por tanto, tener en su poder el garfio y el catalejo. Y cuando vio esos objetos en manos de otro compañero, furioso, intentó arrebatárselos mientras le chillaba lloroso “es mio, es mio”. Entonces me coloqué a su altura y le expliqué que los juguetes de la guardería son de todos, y que ahora no podía tenerlos él porque primero los había cogido su amiguito, que tendría que esperarse un poco. 

Al no conseguir lo que quería, gruesos lagrimones comenzaron a rodar por sus mejillas, su llanto se volvió compulsivo, y, presa de una tremenda y descontrolada explosión emocional, se tiró sobre la alfombra y, pataleando, escondió la cabeza entre sus brazos mientras seguía gritando “es mio, es mio, es mio”.


Me senté en el suelo junto a él e intenté hablarle, pero me rechazó. Seguí sentada a su lado y al cabo de unos minutos volví a hablarle de forma serena, sin alzar la voz, con suavidad. Ahora ya me aceptó a su lado, aunque sin mirarme:
– Estás muy enfadado, ¿verdad?
– Síii, “poque” yo “quedía” eso. (Porque yo quería eso)
– Ya lo entiendo, tú lo querías ahora mismo, y al no poder tenerlo te sientes muy mal.
– Síii, “poque” yo lo “quedía”
– Y te sientes tan mal que te has puesto muy furioso.
– Síii, “poque” yo lo “quedía”
– Claro, y tan furioso y tan enfadado estás que no sabes qué hacer y te has tirado al suelo. Lo entiendo. Pero yo no sé si estás solo un poco furioso o un poco mucho, así que vamos a hacer una cosa, coge este lapicero y enséñame cómo es de grande tu enfado.

Cogió el lápiz entre sus deditos y garabateó con fuerza sobre un folio, tanto que se salía de la hoja y pintarrajeaba la mesa. Yo le dejé hacer y comenté:
– Caramba, este es un enfado muy grande, pero que muy grande. Es un enfado enorme. ¿Quieres seguir dibujando tu enfado?
– Síiii – Y coloqué delante de él otro folio, que igualmente llenó de garabatos, aunque esta vez sin tanto furor.


El garabateo (el enfado), va perdiendo fuerza

Cuando le puse delante una tercera hoja para que siguiera garabateando me miró y me dijo:
– No "quiedo" más, ya no estoy enfadado
– ¿De verdad?– Le pregunté – ¿De verdad de la buena?
Y él me miraba sonriendo, con una sonrisa de esas que te indican que la tormenta ha pasado.
– ¿Ahora qué hacemos con tu enfado, lo rompemos y lo echamos a la papelera?
– Sí, yo lo “dompo”.

Mano a mano, entre los dos rompimos los papeles en pedacitos muy pequeños y los tiramos.
– ¿Sabes? – le dije agachándome a su altura y mirándole a los ojos. – Me estoy dando cuenta de que sabes hacer algo muy importante, sabes calmarte tú solo, ¿te has dado cuenta de que ya te has calmado?
– Sí, vamos a decírselo a Vane.

Esta técnica para controlar su enojo ya la he utilizado más veces, por los buenos resultados que da. Al final de esta entrada (Pincha aquí) explico los pasos que hay que dar para enseñar a los peques a regularse emocionalmente. Es muy importante hacerles conscientes de que ellos sí que son capaces de calmarse, aunque no hayan conseguido su capricho. Y es más importante todavía que la pongáis en práctica en casa cada vez que en un niño se desbordan las emociones.

Ese día, noté cómo mi peque se henchía de orgullo al comprenderlo y quiso hacer partícipe de ese hecho a los demás. ¡Pues claro que se lo contamos a Vane! (la otra educadora), que también le reconoció lo importante que es aprender a tranquilizarse.

Y él, tan orgulloso de sí mismo.


Lucía Antolín

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